poema de amor a Cristina La Veneno
Mientras el vago contorno de aquella mujer
revoloteaba en el ambiente de esta ciudad
pelada como un gato esfinge
como si yo mismo la invocara
una criatura etérea, eterna
apareció frente a mí
y cuando me di cuenta de que era ella
indolente, tan cambiada
yo le pregunté qué le había pasado
y ella me respondió: «me he olvidado de quién soy
estaba tan triste que me he olvidado de quién era»
y cuando fuimos a su casa, ella se paró y dijo
«bueno, ¿hoy salimos a bailar?»
y por supuesto, ella no tenía fuerzas para bailar
así que yo le dije: «ya han cerrado todos los bares»
y esa fue la última vez que la vi.
Si hubiera podido, la habría puesto en órbita
para mostrar a las próximas generaciones
la capacidad que tiene el ser humano
de crear belleza, de causar impacto.
Tal vez dentro de unos años los niños
la estudien en las escuelas
la verdadera Historia
la creación del mito.
Cómo brillaba tenazmente, inexorable
invencible como el diamante de su frente
sultana, mora, india
e iba a fiestas clandestinas del subsuelo
a bailar y a armar jaleo
estruendo lejano, rugido de preso
rayo de brillante colorido que bajo los adoquines
agrietaba y partía el suelo
que con prisas atravesaba
el hombre que iba a trabajar;
que rasgaba el cielo, que quebraba en llanto
y llovía ácido sobre esta ciudad
desalmada como una hiena.
Siempre han odiado a las mujeres como ella.
Y ojalá nunca hubieran cerrado los bares, pienso
las luces de láser, los ojos turcos
hermoseados por el poderoso hechizo
del polvo rosa, su rostro bello
congelado en ceniza volcánica de Pompeya
yo gobierno, yo domino, estas calles bajo tierra
no habrá esperanza ni destino ni estrella
que brille más que yo mientras siga en pie
bailando.
Y ojalá nunca hubieran cerrado los bares, pienso
ojalá nunca la hubiesen expuesto a la luz del Sol
que por el día se ponía triste, disociada
derritiéndose, como cera, con la vista clavada
en el programa de noticias de crónica social.
Deberían haberla dejado bailar un poco más
que se apoderase de ella la canción
y poseída por el frenesí
cabalgara, hasta el final
hacia el cénit azafranado
cuando la música es tocada
más deprisa, con más ganas, con más fuerza
intensamente, para que, como dijo Lorca
se le rompiera el pecho como una granada de amargura
se dividiera en dos partes simétricas
esencia de Dios y carne humana
y huyera lejos, lejos de de esta ciudad vampiro
y viviera, viva, verdadera, venenosa, al otro lado del muro
en la otra cara, oscura, de ese vinilo de los Pet Shop Boys.
You are always on my mind, Veneno.