Una luz que no se va nunca

El tiempo comienza, ya
tic, tac, tic, tac mi lápiz golpea la libreta
«creo que mi corazón es una piedra y esta piedra es un muro
y este muro es un tabique que separa mi cuerpo del mundo
mi cuerpo del tuyo que a la luz de la tarde
parece decaer, palidecer y atenuarse
la guitarra deforma tu voz, tu voz distorsiona
el tiempo en esta casa se despliega a través
de caricias tus manos sobre mí parecen no tener
ninguna prisa y aún así evocan sonidos poderosos
¿qué dices? Hay un muro en mi corazón
un hueco en la pared y una claridad que no se va nunca».
Apaga la luz, corre las cortinas, cruza el umbral
y dime qué soy a tus ojos porque me he parado
en todos rincones, en todos los reflejos
(las ventanas de los coches
los escaparates de las tiendas)
pero ya no reconozco a esta niña
Obstinada, agresiva, candil de la calle, oscuridad de mi casa
más allá de la pared, el radiador y las tuberías
más allá del muro, el gorgoteo del calentador del agua
no me avergüenzo de la frecuencia con la que lloro
será el peso de tu ausencia o de las persianas
las que alejen esta insoportable claridad
llévame a cualquier lado,
no me importa, no me importa, no me importa
los confines de esta casa en la que vivo
me rodean y están menguando
lo único que quiero es estar a tu lado
y llorar a tu lado y morir a tu lado
y que el sepulturero nos entierre juntos
con la cabeza por delante como a los curas
los brazos cruzados sobre el pecho
tú con tu guitarra y yo con mi libreta
muy pegados bajo el canapé de la cama
adonde no llegue esta luz que no se va nunca
el agua del inodoro seguirá fluyendo
y el ruido continuará décadas después
mientras, vigilo la presión de tu pecho
el traqueteo de tu respiración, y pienso:
mi corazón es una piedra
el tuyo, música para dormir